Muchas veces habrás sentido deseos compulsivos de comer. No se trata de un apetito “general”, sino un deseo irracional de consumir algo específico, normalmente un alimento nada saludable.
El vínculo entre la comida y el humor ha sido establecido por cientos de estudios científicos. Muchos de ellos muestran que la depresión, la ansiedad, el letargo y los antojos resultan de una dieta desequilibrada en nutrientes pero a su vez, llevan a la ingesta de comidas nada saludables.
Comidas y emociones
La comida pasa a ser como un refugio emocional. Cuando se convierte en un hábito, se hace imparable y se comienza a depender totalmente de la comida para satisfacer las necesidades emocionales.
Esto ocurre porque luego de saborearla, tu cerebro secreta varias sustancias poderosas que producen placer, como la dopamina.
Esta recompensa es poderosa y tu cerebro buscará otra oportunidad para llevarte a comer ese placentero alimento. De hecho, solo pensar en él hará que el cerebro tenga una sensación placentera.
Pero todo no termina allí: si el cerebro asocia este alimento o simplemente el hecho de comer con una emoción o sensación negativa, todo se complica. Por ejemplo: “estar triste y comer chocolates”, “sentir estrés y comer galletas”, “tener ansiedad y comer de todo y en gran cantidad”.
Es por este motivo que comer emocionalmente se convierte en un hábito.
Señales
Con la necesidad de comer algo en especial, el cuerpo expresa que busca una homeostasis o equilibrio, a través de la ingesta de ciertos alimentos.
La sensación de querer ingerir algo inmediatamente, puede indicar que está faltando alguna vitamina o mineral, pero también expresar un desequilibrio emocional.
El cuerpo intenta equilibrarse y expresa de esa manera sus necesidades más profundas, a través de intuiciones, ideas, visiones y una especie de “voz interior” para ayudarnos a cambiar la situación.
Si lo ignoramos, nos presiona para recobrar la homeostasis con la comida. El cuerpo sabe que ciertos alimentos alteran los químicos del cerebro o la presión sanguínea para regular la energía o el humor.
Supongamos que te sientes insatisfecho en el trabajo. Crees que ganas menos de lo que deberías, te sientes muy presionado y al límite, harto de la situación.
Algo te dice que ya está tu ciclo cumplido en ese lugar y que debes buscar un empleo que te satisfaga.
Sin embargo, no te sientes seguro de dar el paso, tienes miedo de enfrentar un cambio. Entonces optas por lo que parece más fácil: sigues en tu empleo.
Sin embargo, el problema sigue ahí, tu cerebro lo sabe y necesita equilibrarse, por lo que te pide que ingieras algo que te haga sentir mejor y puede comenzar un ciclo peligroso.
Por qué comes compulsivamente
Los alimentos contiene aminoácidos, catalizadores neuroquímicos o vasoconstrictores. Algunos energizan, otros calman y tranquilizan.
Por ejemplo, si te fatigas por una autoexigencia excesiva, puede causar que desees comer carne roja o queso, porque resultan estimulantes.
En cambio, el miedo, la tensión, la depresión, pueden llevar a necesitar el efecto calmante. En esos casos, se desear comer helado de vainilla, por ejemplo.
Diferenciar el hambre emocional de la fisiológica
Existen características que diferencian el hambre emocional de la fisiológica.
1. El hambre emocional surge repentinamente, la fisiológica lo hace progresivamente.
2. La urgencia predomina en el hambre emocional, mientras que la fisiológica puede esperar,
3. El hambre de tipo emocional se asocia a una comida específica, mientras que la fisiológica es indeterminada.
4. En el hambre emocional, parece que nunca es suficiente lo ingerido; en la fisiológica, estar satisfecho es suficiente.
5. El jambre emocional genera culpa, vergüenza o tristeza, la fisiológica no genera sentimientos negativos.
Comer emocionalmente es una necesidad urgente, caracterizada por el ansia de ingerir un determinado alimento o alimentos en cantidades excesivas, pues se pierde el autocontrol necesario para parar.
Esta conducta se hace repetida y genera un aumento de peso, lo que incide en la autoestima y lleva a seguir comiendo para sentirse mejor. De esa manera se genera un círculo vicioso, marcado por la dependencia emocional a la comida.
Es necesario diferenciar esta conducta de los antojos, algo que todos en ocasiones tenemos. En estos casos, se da el deseo de comer algo en especial, pero hay un límite marcado por la saciedad normal del organismo. Cuando se come emocionalmente, esto no funciona porque el motivo que lleva a la ingesta exagerada sigue estando.
Enfrentar el hambre emocional
El hambre emocional es una conducta que debe ser enfrentada, porque puede traer graves consecuencias.
Lo primero que debes hacer es asegurarte que tu cuerpo está físicamente satisfecho. Esto significa que existe un equilibrio de vitaminas y minerales. En algunos casos, se puede lograr con un suplemento multivitamínico todos los días, siempre consultando a tu médico, aunque lo fundamental es llevar una alimentación saludable, cambiando las comidas inadecuadas.
Las emociones requieren un químico llamado serotonina: sin ella, te sentirás cansado, deprimido, irritable o con ganas de comer carbohidratos.
Para obtener serotonina de una forma natural y saludable, puedes hacer algunas de estas acciones:
1. Realiza actividades aeróbicas, al menos 20 minutos, cuatro o cinco veces por semana.
2. Aprovechalos rayos del sol, de 5 a 20 minutos por día. Evita hacerlo entre las 10 y las 16 horas.
3. Evita el consumo de alcohol y cafeína.
4. Rodéate y permanece en contacto con la gente que quieres, ya sea amigos o familiares.
5. Lleva una dieta balanceada, rica en granos y vegetales.
6. Descansa adecuadamente: duerme entre 7 y 8 horas por día.
Con estos pasos te aseguras que tu cuerpo está cuidado y si continúas teniendo hambre, puedes pensar que es de tipo emocional.
Indaga cual es la situación que te angustia y busca la forma de solucionarla. Con pequeños pasos consistentes puedes solucionar un problema de trabajo, relaciones o en tu estilo de vida.
Quizás el problema sea muy grande como para solucionarlo de una vez, fíjate pequeñas metas que puedas ir logrando en aras de tu objetivo.
Habla con un amigo o con un familiar de aquello que te aflige y si es necesario, busca ayuda profesional.